Bajaba yo el lunes por la tarde,
ya bastante tarde, la calle Serrano andando a un paso acelerado (que
raro..) y de repente escucho mi nombre. Era la voz de un hombre, y cuando me
giro, era Abbudos (o ago así… porque
realmente no se como se escribe exactamente).
Abbudos es un nigeriano, de mi edad aproximadamente, que “trabaja”
12 horas al día pidiendo en la entrada del Corte Ingles de Serrano, vendiendo
La Farola.
Recuerdo que hacía mucho frío,
porque las temperaturas ya están bajando en Madrid, pero me hizo ilusión que me
llamara.
Después de estar como media hora
charlando con él, sobre la situación de España y la situación de crisis general
que vivimos, me despedí y me fui.
Y ahí fue cuando empecé a darle
vueltas a algunas cosas:
Le di vueltas a cómo vamos
corriendo en el día a día, sin mirar alrededor a quienes tenemos, porque ¿quién
no reconoce ya las caras de las personas que te acompañan un rato en tu día, ya
sea en el autobús, en el metro, o en la cola del pan?. Pero sobretodo: ¿quién
no reconoce a quien se pasa 12 horas al día pidiendo en la puerta de una
Iglesia, en un centro comercial o en el metro?
Le di vueltas a que me hiciera
ilusión que me llamara por mi nombre (yo no se siquiera si el suyo es como lo
he escrito, ni si lo pronuncio bien). Le di vueltas a que él no dejó de sonreir
en toda nuestra conversación, y que yo tenía cien mil cosas en la cabeza y una
en el corazón que no me dejaba sonreir así.
Y le di vueltas a que realmente
no valoramos lo que tenemos, a quién tenemos y sobretodo quiénes somos y la
suerte que tenemos.
Ahora que estamos a las puertas
de la Navidad, nos bombardearán con especiales sobre solidaridad, se harán
actos benéficos cada día, se recogerán alimentos para los que no tiene que
cenar la noche de Nochebuena, y juguetes para los niños que no tendrán regalos
de Reyes… pero realmente qué hacemos con eso? Poner un parche a nuestra
conciencia durante unas fechas señaladas, en las que según bajan la temperatura,
sube el volumen de nuestra conciencia, para luego dar carpetazo hasta el año
siguiente, guardando junto con el espumillón y el árbol de Navidad nuestra
capacidad de generar felicidad a nuestro alrededor?
Nos tendríamos que parar a repasar
mentalmente cuantos nombres que no sabemos escribir ni casi pronunciar tenemos
presentes. Quizá tendríamos que hacer balance de cómo ayudamos, cómo somos
solidarios, o simplemente cómo arrancamos sonrisas en nuestro día a día.
Así que cuenta mañana cuantas
sonrisas arrancas a desconocidos, o cuantas conciencias despiertas, que al fin
y al cabo, todos necesitamos que nos las arranquen algún día, porque no todos
los días son Navidad, pero todos los días hay alguien deseando llamarte por tu
nombre y que te gires para sentirse acompañado un rato, en esta ciudad en la
que la prisa sólo mata segundos, pero no sentimientos.
Para conocer un poco más de Nigeria: http://es.wikipedia.org/wiki/Nigeria
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